Los cristianos somos seres ciertamente singulares. Nos pasamos la vida pidiendo que Dios nos guíe, que nos muestre su camino, su voluntad pero, ¿estamos dispuestos a pagar el precio de seguir la voluntad de Dios? Podemos caer en el error de pensar que los caminos de Dios son fáciles, que si Dios planea algo en mi vida sólo puede ser positivo para mí. ¿Pero qué pasa cuando la voluntad de Dios implica desprenderse de cosas que amamos o ceder el puesto a otra persona, quizá a alguien no nos guste?
“Y Samuel respondió a Saúl: No volveré contigo; porque desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel. Y volviéndose Samuel para irse, él se asió de la punta de su manto, y éste se rasgó. Entonces Samuel le dijo: Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú.” (1S 15:26-27)
Saúl, al igual que David, Jonatán o Samuel, sabía cuál era la voluntad de Dios. Ellos sabían que el futuro que Dios había planeado para el pueblo hebreo pasaba por un David en el trono.
Cuando las revelaciones de Dios nos son favorables es muy fácil seguirlas. En los años precedentes a ser rechazado por Dios, vemos a un Saúl triunfante en todas sus batallas, aclamado por la gente, seguro. Pero, ¿qué pasa por la mente de un hombre cuando la voluntad de Dios es quitarlo de en medio, a él y a su familia?
“Entonces se encendió la ira de Saúl contra Jonatán, y le dijo: Hijo de la perversa y rebelde, ¿acaso no sé yo que tú has elegido al hijo de Isaí para confusión tuya, y para confusión de la vergüenza de tu madre? Porque todo el tiempo que el hijo de Isaí viviere sobre la tierra, ni tú estarás firme, ni tu reino. Envía pues, ahora, y tráemelo, porque ha de morir.” (1S 20:30)
Saúl, ofuscado por la revelación de Dios, tiene como obsesión mantener el trono en su familia, no hacer la voluntad de Dios. Esto le lleva a una persecución casi obsesiva por todo el reino de su propio yerno. No aceptar la voluntad de Dios nos lleva a ser personas temerosas de que alguien nos quite eso que tanto protegemos, lo que tanto amamos y ponemos por encima de la obediencia a Dios. Pero, al final de la historia, vemos como el trono cambia de manos y tanto Saúl como sus hijos acaban muertos. Negarse a aceptar la voluntad de Dios no implica que ésta deje de cumplirse, aunque sí implica consecuencias catastróficas para quien se opone, que en el caso de Saúl fue la muerte de sus hijos.
“Entonces se levantó Jonatán hijo de Saúl y vino a David a Hores, y fortaleció su mano en Dios. Y le dijo: No temas, pues no te hallará la mano de Saúl mi padre, y tú reinarás sobre Israel, y yo seré segundo después de ti; y aun Saúl mi padre así lo sabe.” (1S 23:16-17)
El hecho de ser segundo de un reino cuando eras el heredero legítimo suponía una humillación pública. Jonatán, probablemente, se convertiría en el hazmerreír de su familia, puesto que renunció a un puesto más honorífico que le correspondía por heredad, para que otro que era “un simple pastor de ovejas” ocupara el trono.
Pero esta actitud del hijo de Saúl tiene que servirnos de ejemplo. ¿A qué estamos dispuestos a renunciar por seguir la voluntad de Dios? Muchas veces en nuestra vida podemos rechazar la voluntad de Dios agarrándonos a ideas, puestos, posesiones e incluso personas, porque pensamos que legítimamente nos pertenecen, pensamos que no estamos obligados a renunciar a ellos, que forman parte de nuestra seña de identidad como cristianos. Pero debemos saber que la voluntad de Dios permanece sobre cualquier intento y deseo nuestro. Por mucho que Saúl luchó contra David nunca lo mató, y el hijo de Isaí acabó siendo el rey. Jonatán sabía que por mucho que él deseara ser el rey de Israel, el trono estaba destinado para su amigo, y aceptó ser él el segundo, antepuso la obediencia a Dios a sus deseos legítimos.
¿Estamos dispuestos a ser “segundos” por seguir la voluntad de Dios?
Pablo Acuña Blanco – Técnico en Electrónica – Pontevedra (España)
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